En un momento tan solo, nuestra alegría se tornó en frustración e impotencia, en preguntas que no tenían respuesta inmediata. Mirando a nuestro alrededor buscando la varita mágica que resolviera nuestro problema y darnos cuenta que estábamos solos en medio del polvo. Aunque por nuestro lado pasaban y pasaban camiones, todos miraban, algunos se reían, otros simplemente pasaban.
Toda la carga que en mis hombros pesaba, se volvió de repente un peso demasiado fuerte, más traté en todo momento de buscar la solución sin dejarles ver a los chicos cuanto me preocupaba. Quitamos a Rosaguiver de la orilla de la carretera y mandé a Aníbal que caminara hasta el puesto fiscal, para que verificara si podíamos allí empujar el auto y buscar cobijo para pasar el resto del día y de la noche. Ya que siendo domingo, poco era lo que podríamos solucionar.
Mientras esperaba que regresara mi copiloto, un auto paró, bajándose un individuo tan desgarbado y desarreglado como solo puede serlo un mecánico de pueblo. Quien sin entenderle casi al principio lo que me decía, se ofreció a ayudarnos. Nos explicó que no podíamos quedarnos allí y que a unos 18 Kms. estaba la estación de servicio y que allí podríamos estar seguros. Al principio no entendía como llegaría yo a ese lugar, entre mis medios conocimientos de mecánica, habían cosas que no sabía. Pero si estaba segura que de alguna manera podía llevarlo sin que se dañara de forma irreparable. Pero Elio (el mecánico) ya estaba sacando una soga y mientras me explicaba que no iba a ser fácil conseguir el repuesto, nos amarraba a su Fiat Uno. Exactamente!!!! Un primo de Rosaguiver nos rescataba, que ironía, no? Casi sin darnos tiempo a pensar, ya nos estaba remolcando y no precisamente despacio, desandando lo andando, es decir nos estábamos devolviendo por todos los camiones que ya habíamos superado y por el camino de tierra. Estoy segura que los cuatro fuimos con el alma en vilo, ya que había muchos huecos y lomitas que con tanto cariño yo pasé sumamente despacio para no hacerle daño a Rosaguiver. Tuve que tocarle corneta a Elio y hacerlo parar para pedirle que fuera más despacio, pues también existía la posibilidad de que se nos cayera el portaequipajes.
Así como íbamos de repente por el camino de tierra, nos subió a la ruta entre medio de los camiones que no estaban en cola, si no entre los que iban en dirección contraria. Pegados a nuestro trasero, inmensos, intimidantes, haciéndoles señas de que estábamos siendo remolcados. Y nuevamente y sin esperarlo entramos en la estación de servicio, donde nos enteramos que Elio allí tenía su taller. Nos explicó que podíamos acampar allí, y que él creía que cerca estaban desarmando un fiat como el mio que fue chocado y que quizá el ventilador nos sirviera. Que lo traería a las 7 de la mañana del día siguiente.
Todos nos miramos y tratamos de asimilar y detener nuestros corazones que luego de la tan trepidante sacudida que nos dejó la remolcada, pasaríamos el resto del día en el medio de la nada. Pero esta “nada” era muy cómoda, ya que disponía de un restaurant full comida, televisión por cable, artículos de primera necesidad y baños con duchas con agua caliente y tan limpias como el mejor hotel. Lo único que opacaba el lujo, era la cantidad de polvo y más polvo que constantemente nos envolvía y nos volvía a ensuciar. No importaba lo mucho que nos limpiáramos, ya estábamos sucios otra vez. Los estornudos y la irritación en los ojos, nos fastidiaban.
Después de darnos cuenta que ya nada más podíamos hacer, los estómagos comenzaron a gruñir con el olor proveniente de la comida. Mientras nos degustábamos el almuerzo, les hice ver a los chicos que aunque todo parezca muy malo en un momento dado, la solución llegó sin buscarla. Que a pesar de habernos sentido tan desamparados unos minutos antes, frustrados y solos, ahora estábamos comiendo y riéndonos de la aventura. Dándonos ánimos unos a otros y consolándonos del día que nos esperaba.
Creo que puedo hablar por el resto de mi equipo y decir que siempre nos sentimos seguros y confiados de que nuestra aventura no tendría contratiempos de ningún tipo. Siempre confié en mi auto, tanto como puedo confiar en una persona equis. Siempre sentí un gran apoyo de mi sobrino, al que más que eso siempre fue y será “Mi primer Hijo”. Su madurez, su alegría, su orientación y su conversación, así como su compañía fueron las que me dieron el valor que había perdido el día de la partida. Sé que si él no me hubiera acompañado, me hubiera arrepentido al último minuto de hacer la travesía. En ningún momento dejó que su miedo a lo desconocido se reflejará más allá de su mirada, la que muchas veces yo buscaba y en silencio nos dábamos ánimos mutuos. Con bromas y risas superamos todo lo que se nos fue presentando.
No fue el día más entretenido, pero era parte de nuestra aventura y aunque las horas pasaron montadas en tortugas cojas. Llegó la noche y el frío, aunque durante todo el día, la gente nos miraba con extrañeza. Ya que todos paraban, comían y se iban, nosotros siempre estábamos en el mismo lugar. Camiones y camioneros, llegaban, se duchaban, comían y se acomodaban a dormir en sus gigantes y variopintos vehículos. Nunca falta alguien que te pregunta que pasa. Y junto a los primeros, comenzaron a venir todos los demás a admirar a Rosaguiver y sus integrantes. Ofreciéndose a ayudarnos, a llevarnos a un hotel y a cuidarnos si nos quedábamos a dormir allí. Compartimos cervezas y Aníbal hasta se vió un partido de futbol con los camioneros. Nos dieron información de rutas y consejos, nos contamos historias mutuas. Ya el idioma no era una barrera para ninguno de nosotros. Y queda demostrado que aún queda “GENTE” en el mundo.
Luego de bañarnos y cenar. Montamos una de las carpas, inflamos dos colchones y allí durmieron Aníbal y Martín. Mónica y yo nos quedamos dentro del auto. Cuando ya yo creía que la paz de la noche me daría la inspiración para escribir en mi laptop, de repente apareció un tropel de chicas que estaban más emocionadas que si se hubieran sacado la Lotería al ver mi auto rosado. Me hicieron tantas preguntas y sacaron tantas fotos, me felicitaron y admiraron, que una vez más sentí que todo seguiría más que bien. El apoyo y cariño de la gente es un aliciente que no tiene precio, reconforta y eleva el espíritu.
Tan rápido pasó la noche como lento fue el día, y con el sol y el polvo, que nunca nos abandonó. Llegó Elio y el repuesto y en poco tiempo estábamos listos para partir. Creo que aunque pagué la reparación, no hay dinero que pueda pagar la gratitud y el alivio que sentí en ese momento para con este hombre desconocido que cumplió su palabra.
“GRANDE ELIO”.
Nuevamente en la ruta, la alegría del equipo se filtraba por todos lados, cantando a coro nos despedimos del lugar, yendo a unos 20 kms. adelante a la ciudad de Sonora, donde Elio nos recomendó que pasáramos a un electroauto para que nos colocara un nuevo relé que el no tenía. Consejo que seguimos y en menos tiempo del que pensamos, todo quedó listo para seguir camino.
Mi madre siempre me decía que hay momentos en que las cosas se dan por una razón, y les hice ver a los chicos que el que se nos dañara el auto, era una señal de que debíamos detenernos ese preciso día. Estoy segura que así era……..